El último seobreviviente
Gerardo Ochoa *
Gerardo Ochoa *
Frente a las redes sociales, el
reloj de los medios está descompuesto.
Alejandro
Pisanty
El
primer número del órgano de difusión de la Delegación Regional Morelos del INAH
apareció, bajo el nombre de El Tlacuache,
suplemento cultural, apenas un año y siete meses después de que se fundara
la edición local del diario La Jornada;
pero es probable que ya existiera desde antes y únicamente haya transmutado en
otro periódico y con otro nombre. Suplementos de La Jornada Morelos como Madre
tierra y Derechos humanos, que
fueron novedosos por sus temáticas en un ambiente acostumbrado a ver carne (viva o muerta) en los medios
impresos, perecieron de forma prematura. Otros semejantes tuvieron la misma
suerte. Pero El Tlacuache, haciendo
abstracción de sus vidas anteriores, lleva ahí once años: es el último
sobreviviente.
Para explicar este fenómeno se puede sostener
la hipótesis, aún por comprobarse, de que le debe dicha capacidad de sobrevivencia a su tótem o nagual;[1]
o se puede apoyar la hipótesis, también por verificarse, de que le debe su
larga existencia a la constancia y dedicación de sus editores y al respaldo de
una institución. Es posible (casi seguro) mantener una publicación sólo con lo
segundo; es prácticamente imposible hacerlo sólo con lo primero. Lo cierto es
que sin estas dos cosas se puede hacer algo
pero, como ya se comprueba, pronto llega el silencio.
El
Tlacuache,
entre lo poco que se ha dado en Morelos sobre difusión de la investigación en
humanidades, es “el último sobreviviente” no sólo por ser un vestigio de
aquella generación de suplementos de distintas temáticas que, luego de su paso
por El Regional del Sur con otros
nombres —de Mujeres a Sexto Sentido; de El Circo a Subterráneo;
de Tamoanchán a El Tlacuache; de El Nuevo
Penacho a El Farolito, entre
otros más—, sobrepobló las páginas de La
Jornada Morelos durante los primeros cinco años de la década pasada. También
lo es por estar entre lo último que queda de una historia reciente de los suplementos literarios, de periodismo
especializado y de difusión de la
ciencia y la cultura (que no son iguales y tampoco son lo mismo. Aquí
“cultura” no quiere decir solamente “literatura” y “bellas artes”; cultura son significaciones y paradigmas,
formas simbólicas y rituales históricamente heredadas [Clifford Geertz], conversaciones con nuestra propia
tradición y con otras [Seyla Benhabib]. En ella naturalmente caen el arte y la
literatura, pero no sólo eso). Dicha historia,
si bien apenas alcanza dos décadas, tardó más en configurarse que en anunciar
su fin.
El último suplemento impreso de este
tipo que apareció regularmente (durante tres años) en El Regional del Sur fue Regiones,
suplemento de antropología…, cuyo último número en ese diario se publicó en
enero de 2007. Pero la presencia de este suplemento en ese periódico como
publicación impresa siempre estuvo acompañada de su versión digital. A partir de su número 28, Regiones, suplemento de antropología… comenzó a publicarse sólo
digitalmente, y hoy tiene 48 números regulares, los cuales aparecen con
periodicidad trimestral.[2]
En El Tlacuache, a su edición impresa
se añadió una edición electrónica sólo hasta 2009, ¡casi diez años después de
su primer número! En la página oficial del Centro INAH Morelos se encuentran
únicamente los archivos en formato PDF de 35 de sus ediciones publicadas de
enero a septiembre de 2011.[3]
Las 448 ediciones anteriores descansan en el olvido de alguna hemeroteca polvorienta
que, hipotéticamente, algún alma caritativa se digna mantener por iniciativa
propia. Así, es imposible recuperar en la red y en texto completo todos los artículos que El Tlacuache les ha dado a sus lectores en formato impreso durante
más de una década, así como mantener viva su memoria digital.
Con lo anterior quiero decir, sin que
ello sea un juicio sobre la valiosa labor que ha llevado a cabo, que El Tlacuache, quizá de manera
involuntaria, ha elegido quedarse en la época del monopolio de la palabra
escrita por unos cuantos, que fue la época de los medios impresos. Digo involuntariamente
porque no estoy seguro de que El
Tlacuache mismo sea responsable de ello. En todo caso, si hay que culpar a
alguien, es al mundo en el que nació. En ese mundo no se han visto, o no se han
querido ver, las posibilidades de apertura de un nuevo mundo que ofrecen las tecnologías de la información,
particularmente internet. Tampoco se ha entendido el papel fundamental de la
academia en la definición de la figura del editor contemporáneo y futuro, “en
un ambiente de comunicación de conocimientos abierta, democrática y
participativa”[4] —porque
de eso se trata en los suplementos
culturales: de conocimientos, antes que de “periodismo”, “cultura” o
“literatura”. Pareciera que académicos, estudiantes y lectores en general
tenemos que resignarnos a ver cómo pasa el tiempo sin que las instituciones de
educación superior, las culturales y las de investigación —digamos la UAEM, el
ICM o el INAH— se hagan cargo de su responsabilidad de crear repositorios
institucionales de acceso abierto que pongan a disposición de todos su amplia
producción académica en ediciones digitales.
Según la hipótesis lanzada al inicio, El Tlacuache ha sobrevivido gracias a la
constancia de sus editores y al respaldo del Centro INAH Morelos. Los
suplementos que no tuvieron la misma suerte desaparecieron por depender de
grupos de la sociedad civil sin capacidad para sostener sus órganos de difusión
y sin acceso a los medios masivos impresos, cerrados en su dinámica comercial y
dependientes del poder político en turno, es decir, de espaldas a la sociedad.
Pero hoy, el nuevo mundo digital les
ha permitido a esos grupos romper el monopolio (pensamiento único y voz
omnímoda) de estos medios, incluido entre ellos el libro, tecnología elitista,
dice Heriberto Yépez, que no está hecha de páginas juntas sino de las
relaciones sociales que hacen imposible la distribución del conocimiento que
contienen.[5]
En la época de facebook, twitter y paper.li,
abrir todos los días el periódico impreso para leer la misma columna aburrida
del mismo periodista predecible no tiene sentido: hoy cada cibernauta puede
hacer su propio periódico. El nuevo mundo
digital se ha convertido no sólo en un nuevo
medio, sino sobre todo en un medio de rebelión colectiva.[6]
Los valores de quienes se han mudado a él, dice Hernán Casciari, el editor de
la revista Orsai, son la “confianza,
generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega”.[7]
Pero aunque este nuevo mundo no ha remplazado
la función del editor o, en otro ámbito, del periodista —que cuenta con el
respaldo de la maquinaria mediática, al contrario del cibernauta aficionado—, sí
ha llevado a una confrontación entre medios tradicionales y “nuevos medios
sociales”. Una confrontación que toma formas específicas, por ejemplo, en la
disputa entre legal e ilegal, control de la red y piratería.
Muchos comunicadores ya lo han entendido así, aunque la mayoría de los medios
no (sobre todo los locales); pero que no lo entiendan las instituciones
educativas, de investigación y culturales es lamentable.
Existen, sin embargo, obstáculos más
difíciles de superar, como la brecha digital, capaz de desanimar cualquier
optimismo alegre respecto de ese nuevo mundo de la red. Ésta es ya no sólo el acceso
desigual de las tecnologías de información por condiciones de empobrecimiento,
sino también por diferencias de género (la segunda
brecha) o por no saber qué hacer con
eso.[8]
En buena medida, según el Cinvestav, estas brechas
son resultado del elevado costo de conexión a la red en el país,[9]
lo cual debemos agradecérselo a nuestras autoridades y a su tolerancia cómplice
de los monopolios en las telecomunicaciones, adversa a los impulsos
democratizadores de la sociedad. Así pues, cualquier medio que pretenda dar voz
a quienes no la tienen y entablar una conversación con la otredad (e incluirla en esa conversación) deberá enfocar también sus
energías en superar dichos obstáculos.
La historia de las publicaciones
periódicas locales, en específico de los suplementos
culturales, aún está pendiente de
hacerse a profundidad y con el rigor y la precisión que exige esta labor.[10]
Como el último sobreviviente de una generación, El Tlacuache deberá contar con un capítulo aparte, tal vez el
epílogo, en esa historia; pero también puede aparecer, si así lo desea, en el
prólogo o en la introducción de la nueva historia que ya se escribe.
Versión original del texto publicado en El Tlacuache, suplemento cultural, núm. 522, 10 de junio de 2012, en La Jornada Morelos.
*
Filósofo de medio tiempo, corrector de medio tiempo y aprendiz de editor
(también de medio tiempo). Es responsable del Departamento de Publicaciones en Humanidades de la
Dirección de Publicaciones de la UAEM. Forma parte del equipo que edita, desde septiembre
de 2004, la revista digital en línea llamada Regiones, suplemento de antropología… (www.suplementoregiones.org)
Correo: gerardo.ochoa.f@gmail.com
Agradezco las observaciones de Livia González Ángeles y Adriana Saldaña
Ramírez.
[1] “Los triques
dicen que el tlacuache recibió en su casa a su compadre y que inmediatamente
después fue a bañarse al río mientras el invitado descansaba; ya en el río el
tlacuache dijo a su esposa que se suicidaría, y le pidió que sirviera su carne
al compadre; pero le indicó que dejara los nervios bien pegados a los huesos
para que pudiera resucitar. El tlacuache se recompuso a partir de huesos y
nervios entre las aguas del río, y regresó, tan tranquilo, a platicar con su
compadre”, en Alfredo López Austin, Los
mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana, UNAM-IIA,
México DF, 2003 [1990], p. 295.
[2] Regiones, suplemento de antropología…, http://www.suplementoregiones.org
[3] Cfr. Centro INAH Morelos, en Instituto Nacional de Antropología e
Historia, https://www.inah.gob.mx/,
consultado 06/05/12.
[4] Ernesto Priani y Alejandro
Pisanty, “Introducción”, en Isabel Galina y Cristian Ordoñez, Introducción a la edición digital, UNAM
(Biblioteca del Editor), México DF, 2007, p. 14.
[5] Heriberto Yépez, “Los renglones
torcidos del libro”, Laberinto, 12 de
junio de 2010, en Fondo de Cultura Económica, consultado 08/05/12.
[6] Heriberto Yépez, “Vivir bajo el
efecto de Twitter”, Laberinto, 7 de
abril de 2012, http://bit.ly/HISKCW,
consultado 14/04/12.
[7] Hernán Casciari, “Piratas y
tiburones”, Radar, 31 de diciembre de
2011, http://bit.ly/u8IeOH, consultado
14/04/12.
[8] Alejandro Pisanty, “¿Por qué
querría conectarse a internet?”, Alejandro
Pisanty, 11 de mayo de 2009, http://bit.ly/HS7P2A;
Cecilia Castaño Collado, “La segunda brecha digital y las mujeres”, Telos. Cuadernos de comunicación e innovación,
núm. 75, abril-junio de 2008, http://bit.ly/IJKb8H;
Milagros Pérez Oliva, “El poder le tiene miedo a Internet. Entrevista Manuel
Castells”, El País, 6 de enero de
2008, http://bit.ly/H36xyw, consultados
14/04/12.
[9] Octavio Islas, “Percepción
nacional de la brecha digital”, El
Universal, 27 de febrero de 2012, http://bit.ly/xuAT88,
consultado 14/04/12.
[10] Un atisbo de ella se encuentra
en Adriana Robledo Valencia, Sociedad
civil y periodismo especializado. Hacia un modelo de análisis de suplementos
culturales en Cuernavaca, 1995-2005, tesina para obtener el título de
licenciada en ciencia política y administración pública (especialidad ciencia
política), UNAM-Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, México DF, 2008.